Sentido y sensibilidad y monstruos marinos by Jane Austen & Ben H. Winters

Sentido y sensibilidad y monstruos marinos by Jane Austen & Ben H. Winters

autor:Jane Austen & Ben H. Winters [Austen, Jane & Winters, Ben H.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Humor, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


Cabe imaginar la indignación con que Elinor leyó esa carta. Aunque consciente, antes de empezarla, de que sin duda confirmaba la separación definitiva de ambos jóvenes, ignoraba que Willoughby fuera a emplear ese lenguaje para anunciarla, ni podía suponer que sería capaz de prescindir del mínimo decoro exigible a un caballero y enviar una carta tan descaradamente cruel: una carta que no reconocía haber traicionado su confianza, una carta en que cada línea era un insulto, y demostraba que su autor era un canalla de la peor especie.

Elinor meditó sobre ella durante unos minutos con indignado estupor. Luego la releyó una y otra vez. Pero cada lectura sólo servía para incrementar el odio que le inspiraba ese hombre. No se atrevía a hablar, por no herir más a Marianne interpretando su ruptura no como un infortunio que a la larga la beneficiaría, sino como la peor y más irremediable de las desgracias. Haber estado comprometida con semejante individuo equivalía a caer bajo un maleficio más grave que el dolor que afligía al coronel Brandon; la ruptura de ese compromiso significaba salvarse de un plumazo de ese maleficio.

Al oír el chapoteo de unos remos fuera, se acercó a la ventana de la fachada para averiguar quién venía a visitarlas a una hora tan temprana. Le sorprendió ver a un sirviente preparando la majestuosa góndola de la señora Jennings, tirada por un cisne, pues sabía que ésta había ordenado que la trajeran a la una. Decidida a no abandonar a Marianne, aunque no tenía la menor esperanza de consolarla, Elinor se alejó apresuradamente para disculparse con la señora Jennings por no poder acompañarla, alegando que su hermana estaba indispuesta. Le explicó que Marianne padecía aeroembolismo, por ser la excusa más creíble. La señora Jennings, mostrando una jovial y absoluta incredulidad sobre los orígenes de la indisposición de Marianne, aceptó la disculpa de buen grado, y Elinor, después de verla partir sin mayores problemas, regresó junto a su hermana, que trataba de levantarse de la cama, y a la que sujetó a tiempo para evitar que cayera al suelo, mareada debido a la falta de descanso y alimento. Un vaso de agua tibia mezclada con un sobre con sabor a vino que Elinor le ofreció enseguida hizo que la joven se sintiera mejor y pudiera por fin expresar su gratitud.

—¡Pobre Elinor! —dijo—. ¡Qué disgustos te doy!

—Sólo desearía —respondió ella— poder hacer algo para aliviar tu dolor.

Marianne sólo pudo exclamar:

—¡Ay, me siento muy desdichada! —antes de que se le quebrara la voz y prorrumpiera en sollozos.

De repente los pececillos, que habían estado observando en silencio desde el otro lado del cristal la congoja de Marianne, fueron engullidos de un bocado por un pez aguja.

—Haz un esfuerzo, querida Marianne —dijo Elinor—. Piensa en tu madre; piensa en la desazón que le produce tu sufrimiento. Debes esforzarte por ella.

—¡No puedo, es imposible! —replicó—. Déjame si te disgusto, ¡déjame, ódiame, olvídame! ¡Ahógame en el vasto mar! ¡Deja que mis huesos se calcifiquen con el paso de los siglos y se conviertan en coral! Pero no me tortures.



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